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Ayer fue el día del estreno en Barcelona de Dirty Dancing, el espectáculo, la obra teatral basada en la película homónima de 1987 dirigida por Emile Ardolino y protagonizada por Patrick Swayze y Jennifer Grey. Es una película que, seguramente, todos conocemos, que todos hemos visto y que todos hemos disrutado en mayor y menor grado. Yo soy de las que la disfruta como una condenada cada vez que la ve y que, durante la hora y cuarenta minutos que dura se sumerge en esa historia (que tiene sus más y sus menos, desde luego) en esa música y en esos bailes tan desaforados.
Pues bien, ayer fui al estreno con mi hermana (quien es incluso más fan que yo de la película), las dos emocionadas por lo que estábamos a punto de ver pero también algo inseguras porque no sabíamos cómo iban a plasmar en una obra teatral una película que nos sabemos de memoria, diálogos incluídos. Admito que no suelo ir al teatro muy a menudo porque prefiero ir al cine; si voy al teatro es por algo que realmente me interesa, por lo que no soy una experta ni mucho menos en esta rama del arte, así que me choca que en este caso algunas de las escenas se dieran tan deprisa. Comprendo que en una obra como Dirty Dancing no puede haber tantas pausas dramáticas como sí las hay en la película, pero me dio la sensación de que algunas escenas pasaban muy apresuradas y que no te daba tiempo a digerir una porque ya estabas viendo la siguiente.
Sin embargo, lo más importante de esta obra son los bailes y... señores y señoras, qué bailes. Qué movimientos, qué sensualidad, qué ganas de levantarme de la butaca, bajar al escenario y ponerme a bailar con los bailarines. Me encantó que hubiera música en directo, pues en según qué escenas aparecía una pequeña orquesta acompañada de una cantante maravillosa que nos deleitó a todos los espectadores con una pedazo de voz que a mí me dejó tiesa en el asiento. Fue maravilloso escuchar en directo canciones como Yes o She's Like the Wind y cuando sonó Hungry Eyes (mi canción preferida de toda la banda sonora) mientras los actores bailaban e interpretaban las escenas de la película se me pusieron los pelos como escarpias.
Me encantó la reacción del público cuando apareció Johnny (Christian Sánchez) en escena, con gritos y aplausos, cuando interpretaron las escenas importantes y los diálogos clave (el "me da miedo salir por esa puerta y no volver a sentir en la vida lo que siento cuando estoy contigo" de Baby (Amanda Digón) fue apoteósico, yo os prometo que aplaudí como una perturbada), y aunque en algunas interpretaciones me faltó un poquito de sentimiento, creo que todos los actores y actrices estuvieron muy a la altura. Párrafo aparte para el señor Schumacher y para Lisa, la hermana de Baby, porque lo que me reí con ellos no tiene nombre.
Ahora bien, sin querer hacer spoilers (aunque quien haya visto la película no le va a sorprender, la verdad), hablemos de ese momento del final. Todos lo estábamos esperando con ganas, cuando Johnny regresa a Kellerman, va a buscar a Baby y se ponen a bailar mientras suena el famosísimo Time of my Life. El momento más esperado de toda la obra era sin duda el salto. El salto que fue una completa delicia. El teatro casi se vino abajo entre aplausos y vítores y yo casi me puse a llorar ahí en medio de la emoción (recordad que yo lloro hasta con una película de humor). Fue el broche perfecto que necesitaba la obra. Por mi parte solo puedo felicitar a todo el equipo y en especial a los bailarines porque lo hicieron de maravilla, y tanto mi hermana como yo salimos del Tívoli todavía más enamoradas de Dirty Dancing si cabe.
Si os gusta la película y si tenéis la oportunidad de ir a ver la obra, por favor, hacedlo, seguro que no os arrepentiréis, y creedme cuando os digo que no podréis tener los pies quietos en la butaca; solo querréis poneros en pie y bailar.
¡Nos leemos pronto! 🕺🏻
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